Mientras, una persona que hasta entonces había pasado desapercibida, se encontraba en su piso pensando en lo que le iba a deparar el futuro. Recordó el día que la conoció, sus padres siempre habían colaborado con los de ella, además eran muy amigos y por eso decidieron sin preguntarles que en un futuro se casarían. Ellos se llevaban bien, aunque nunca sintieron amor, en su relación no había ni sexo, ella solía verse con chicos y él, aunque al principio le diera rabia, acabó por verse con chicas también. Así que, en conclusión, su relación era totalmente ficiticia, aunque acabaron viviendo juntos para que sus respectivos padres estuvieran satisfechos. Nunca imaginaría que se pondría tan triste con la muerte de Anne, le dolió más de lo que pensaba y en cierto modo le había dejado un pequeño vacío en su interior. Se arrepintió de haberle gritado la última vez que se vieron, pero ahora de nada servía tener remordimientos: el negocio en el que, a petición de sus padres, se había metido, acababa de desaparecer y la mujer con la que había estado viviendo estaba ahora muerta. Su futuro acababa de derrumbarse, lo único que podía darle sentido a su vida era buscar al asesino de Anne, aunque fuera lo último que hiciera. Ya no le quedaban amigos y su familia, muy a su pesar, se había convertido en un nido de traficantes, así que decidió alejarse de aquel ambiente y hacer algo útil por primera vez: vengarse.
― No tenemos ni una sola pista de su paradero ¿qué vamos a hacer?
― Bueno, ahora que no queda nadie que pudiera conocer a ese traficante tendremos que buscarle por nuestra cuenta, sin ningún tipo de ayuda.
― Pero ¿y el novio de Anne? Recuerdo que no le sacamos nada aquella vez que fuimos a hablar con él, pero creo que ahora sí que podríamos conseguir algo útil. Seguro que nos será de ayuda.
(El Detalle ya ha acabado, esto es un final extra en él que estoy metiendo información sobre los personajes, en realidad leedlo como una historia aparte, pero si queréis podéis verlo como una continuación, aunque desde luego no va a tener casi nada de acción.)
Diego
― Está clarísimo. Mira, te explico, para robar un arma del ejército por lo menos debes de haber estado en él, al menos para conocer a alguien de dentro. Si mis suposiciones son ciertas, el asesino de Anne era una persona cercana a ella, me di cuenta cuando vi la cara de su novio: no parecía sorprendido, de hecho creo que se lo esperaba, todo eso más el repentino cierre de la empresa de Anne sólo apunta a que alguien interesado en esa fortuna, en un ataque de rabia, decidiera matarla. Y ahí entra el guardaespaldas personal del señor Harry, el único de la familia que ha estado en el ejército. Debió de pensar que como siempre había estado al lado del señor Harry, éste le devolvería el favor con un tercio de su fortuna, puesto que un tercio de las posesiones personales pueden entregarse a quien se desee.
― Vas muy rápido y ni siquiera tenemos pruebas de ello. Lo único que tenemos es la pistola.
― Te equivocas.
Se detuvo, exhausto, después de haberles despistado. De tanto correr había perdido la orientación y le costó un poco darse cuenta que se encontraba cerca de Portobello Road. Era un día de turismo y por lo tanto había mucho tránsito por las calles, por lo que, por el momento, se podía sentir seguro. Anduvo un buen rato entre los puestos de la famosa calle hasta que divisó a lo lejos a uno de ellos. No era posible, les había dejado muy atrás. Pero en seguida se dio cuenta de que cualquiera que estuviera huyendo por esa zona se escondería en Portobello, y por esa misma razón aquellos matones habían ido a buscarle a esa calle. No tuvo más remedio que meterse por una callejuela que cruzaba Portobello e intentar huir hacia otro sitio. Pero de poco sirvió su esfuerzo, de pronto una bala atravesó su brazo derecho, dejándolo completamente lisiado y unas cuantas balas más intentaron alcanzarle sin éxito. Desangrándose, corrió calle abajo en busca de ayuda y en seguida encontró a lo que parecían ser dos policías que estaban manteniendo una conversación.
― También tenemos al contable de Anne, él seguro que la ayudó a quebrar la empresa y nos podrá contar muchas cosas...
― Perdonen, podrían ayudarme, estoy... necesito ayuda, me persiguen y... mi brazo...
― Eso ha sido un disparo, ¿quién le ha hecho eso? Somos policías - bueno, más o menos - cogeremos al que te ha hecho eso, no se preocupe.
― Muchas gracias, yo... no sé como decírselo pero estoy envuelto en algo muy gordo, relacionado con la muerte de la diseñadora Anne Harry y por eso me persiguen esos matones...
― No será usted... su contable ¿verdad? Bueno antes de nada deberíamos llamar a una ambulancia, se está desangrando. El detective le arrancó un trozo de camisa y le aplicó un torniquete para que dejara de sangrar copiosamente. Con esto debería bastar hasta que llegue la ambulancia.
― Muchas gracias, de verdad, no sé como... agradecérselo... Podía hablar a duras penas, la pérdida de sangre le estaba agotando. Yo era su contable, sí, y por eso mismo me persiguen, porque yo ayudé a hundir la empresa de la señorita Harry. Pero detrás de todo esto hay mucho más de lo que se imaginan, incluso la misma policía está comprada. Se trata de un tráfico de drogas que el señor Harry... que el señor Harry estaba llevando a cabo a costa del trabajo de su hija y del de unos traficantes, pero como su hija los mató... y luego tiró por la borda su trabajo ha dejado a su padre por los suelos, con deudas hasta el cuello y con el cierre de su negocio... ha sido un desastre para él y ahora su guardaespaldas, por voluntad propia, ha matado a la señorita Harry y ahora va a por mí... Comenzó a toser, los signos de la fatiga cada vez eran más agudos, además aquel hombre era bastante mayor lo cual acentuaba sus síntomas.
― ¿Tiene pruebas de todo esto?
― Sí, las tengo, grabé una conversación que mantenía con el señor Harry. No se le podrá encerrar por el asesinato de Anne, pero sí por cómplice de tráfico de drogas... al menos espero que se le dé su merecido...
― Nosotros nos encargaremos de él... Mira la ambulancia ya ha llegado, tú descansa y si necesitamos algo te llamaremos.
― Tomad mi tarjeta, ahí tenéis mi número y mi dirección, la grabación está en mi casa, encima de la mesita de noche... tomad las llaves también... Se tambaleó y acabó en el suelo. Con la ayuda de una camilla se lo llevaron al hospital.
Aprovecharon entonces para llamar a la policía y arrestar a los matones que habían aparecido por el callejón para matar al contable, del guardaespaldas se encargarían más tarde. Con las pruebas recogidas se consiguió meter entre rejas al guardaespaldas y al padre de Anne por tráfico de drogas, pero no se encontró ni rastro del traficante que mató a Anne Harry.
― No existe el crimen perfecto compañero, encontraremos a ese traficante y pruebas que lo incriminen, te lo aseguro.
― Y entonces podremos poner fin a este caso de una vez por todas.
Y sonriendo orgullosos de su trabajo se pusieron manos a la obra en la búsqueda del asesino, pero eso ya es otra historia.
FIN
Diego
La vida daba vueltas a su alrededor, un cúmulo de hojas en blanco que una vez estuvieron repletas de ideas bailaban ahora por la habitación. Una brisa de levante se las llevó por delante y frías como el hielo desaparecieron en el horizonte. Desaparecieron como desaparece nuestra existencia, o nuestra esperanza, o nuestros deseos más profundos. Pero para él aquello no era el fin, sino el principio de una nueva historia, de su historia.
No hacía mucho sin embargo que todo había cambiado por completo, dejando de lado el olor a café de las mañanas aparcado en algún rincón de su memoria. Incluso su inspiración había comenzado a fallar y las manos a temblarle. Lo peor de todo aquello era que los bolígrafos parecían no responder a la iniciativa de poder escribir. Las imágenes del accidente no paraban de brotar constantemente, y la rabia se manifestaba en absurdas lágrimas todos los días a las seis de la tarde. Pero sabía que tendría que volver a empezar, y rápidamente se convencía a sí mismo que quizás todo podría ir mejor, de algún modo u otro.
Es por eso que dejó a un lado todo lo que en su día había compuesto su vida. Los lápices volaron, su máquina de escribir acabó en una tienda de antigüedades y él mismo decidió partir, con rumbo a ninguna parte, en busca de su felicidad, aquel elemento que por su ausencia había provocado todo ese desastre. Olvidando el pasado que le había estado atormentando, olvidando aquel amor que un día había sentido y que le fue arrebatado de la peor de las maneras. Y así, con las ideas fijas en el futuro, retomó su vida y para celebrarlo se volcó de nuevo en la escritura, su pasión, su verdadero amor, lo que realmente le llenaba. Esta vez fueron páginas llenas de tinta las que revolotearon por la habitación, pero lo que escribía no era más que el reflejo de su amargura:
En todas y cada una de aquellas hojas en blanco acababa apareciendo sin quererlo, su nombre. Un nombre que le taladraba la cabeza por las mañanas y le susurraba las noches. No hubo un sólo escrito que no pudiese mencionarla, ni una sola idea en la que ella no estuviese presente. No podía evitar pensar en ella; que de repente se había convertido en la peor de las obsesiones, incluso llegando al punto de mezclar su figura de niña grande con aquellas ideas que solía escribir. Harto y dándose cuenta de que incluso muerta le estaba empezando a arrebatar su vida, decidió bajar a la tienda más cercana, comprar un bote de pintura blanca y llenar todas las paredes de su casa con aquel nombre que le atormentaba.
Su hogar se había convertido a su vez en el vivo recuerdo que guardaba de ella. Pero esto, muy a su pesar, no hacía más que incrementar su obsesión, obsesión que no hacía más que consumirle el alma. Le iba vacíando de todos sus sentimientos y lo llenaba de odio y rabia, de frustración y dolor. Acabó por tatuarse el nombre de su amada bien grande en su espalda, para que no sólo estuviera presente en su casa sino en su interior también, para que estuvieran unidos por siempre. Recordó aquella promesa que un día le hizo, una promesa que todos hacemos y todos rompemos, la promesa de que estarían juntos para toda la eternidad. ¿Qué había sido de aquella promesa? ¿Por qué habían tenido que separarse así? Una lágrima recorrió suavemente su mejilla, ¿en que mentira había estado viviendo?
Fue entonces al plantearse todas esas preguntas cuando se dio cuenta de que había encontrado todas las respuestas; aquella nueva vida que había empezado iba a estar marcada siempre por el recuerdo de la anterior. Fue corriendo al baño y se levantó la camiseta para observar su espalda, su tatuaje, todavía rojo e hinchado. Y sus lágrimas brotaron más fuertes y severas. Escribir su historia, volver a empezar, no sería más que la extensión de aquel hombre que un día fue, seguir engañándose a sí mismo de que ignorar todo no era más que algo hipócrita, y que jamás podría convertirse en alguien diferente.
Pero una vez aceptas tu debilidad es cuando empiezas a superarla. Y su debilidad era ella. Perder incluso el más mínimo recuerdo de aquella relación no haría más que empeorar las cosas, por ello sólo podía hacer una cosa: avanzar. Pero no como ya lo intentó una vez, esta vez debía tomar un nuevo rumbo, encontrar un nuevo camino a seguir, pero siempre dejando miguitas de pan para poder volver al inicio y recordar, recordarlo todo para hacerse más fuerte y poder seguir avanzando. Porque del pasado se aprende para cambiar el futuro, para no cometer los mismos errores, y si su error fue enamorarse: no volvería amar a nadie más en toda su vida. Para dar el primer paso en aquel sendero desconocido que iba a seguir, tomó la decisión más importante que había tomado nunca y sabía que esa decisión le cambiaría la vida, porque así estaba escrita su historia.
- ¿Diga?
- Hija, soy yo.
-¿Papá? - Se oyó un silencio al otro lado de la línea. Y una respiración entrecortada y nerviosa.
- Te llamaba para pedirte perdón. Decirte que eres la mujer de mi vida, aunque sepa que es demasiado tarde para poder justificarme.
- Gracias papá...
- "Cuando nos damos cuenta de que nuestra vida ha dejado de tener sentido es cuando por fin entendemos el sentido de nuestra vida", eso me dijiste tú una vez, poco antes de separarnos para siempre. Nunca le dí importancia y ahora me doy cuenta que fuiste tú quien le dio sentido a mi vida.
Lola y Diego
― Podríamos averiguar quien robó el arma del crimen.
― ¿La Beretta? Es una buena idea, sin duda. Pero eso nos va a costar más de lo que piensas, balística no nos puede dar más información sobre el arma y dentro del ejército nadie nos va a decir quien la cogió... ¡Un momento, ya lo tengo! Ya sé quien robó el arma.
El señor Harry se desplomó cuando vió las cifras que estaba alcanzando la compañía de Anne. No daba crédito a sus ojos, la empresa entera se estaba viniendo abajo y él no podía hacer nada. ¿Qué había pasado? ¿En qué estaba pensando Anne? Sentía rabia en su interior, rabia que iba creciendo y creciendo, ocupando todo su ser. ¿Pero qué podía hacer él? Era su hija y en el fondo no podía enfadarse con ella, además ella no conocía sus negocios y no quería que lo descubriera nunca para que no pensara que era un mal padre y que se estaba aprovechando de su propia hija. Siempre le había dolido hacerlo, pero al ver que Anne tenía tanto éxito y se volcaba tanto en su trabajo pensó que él también podría sacar tajada, pero siempre sin malas intenciones ni desprecios hacia el trabajo de su hija. Pero ahora que todo había acabado, que ya no podía apoyarse en Anne, vio como su vida se derrumbaba. Él no podía ver al señor Harry de aquella manera y al enterarse que la misma Anne era la responsable del hundimiento de la empresa no dudó en ordenar que la mataran, estaba haciendo daño a su padre y él no podía permitirlo. Así que fue a ver al hombre que sobrevivió, a uno de los hombres que habían trabajado siempre para ellos y que ahora veía como todos sus amigos habían muerto por culpa de aquella mujer. Sabía que aquel hombre aceptaría enseguida la propuesta, y por ello, gracias a sus contactos en el ejército, consiguió el arma de un soldado muerto, arma que por su origen no podía incriminar a nadie. En cuanto la tuvo en sus manos, aquel hombre no tardó en buscar a Anne. Debía saciar su sed de venganza.
Una mujer con un vestido corto rojo, escotado y brillante, se dirigía a su último destino. Sabía que su hora pronto iba a llegar así que debía apresurarse. Su andar se oía por cada calle por la que pasaba, los golpes de los tacones contra el suelo eran fuertes y decididos, su mirada veía más allá de las personas, más allá del horizonte. Con una expresión de satisfacción llegó al lugar donde la esperaban.
― No pierdes tu elegancia ni siquiera antes de morir. Por cierto ¿recuerdas a este hombre? Es el único traficante que sobrevivió a la explosión que tu provocaste, pero eso ya es cosa del pasado ahora toca pagar por lo que hiciste ¿Tienes algo que decir antes de tu inminente muerte?
― ¿Tú? ¿Tú has organizado todo esto? Lo debí haber supuesto, así que vas a matarme... Sabes que si mi padre descubre que has sido tú nunca te lo perdonará.
― No intentes intimidarme señorita Harry, tu padre nunca lo sabrá y yo heredaré un tercio de su fortuna, por estar siempre a su lado y por no abandonarle en los momentos difíciles, cosa que tú no has hecho, más bien todo lo contrario, sólo le has causado problemas y más problemas.
Anne empezó a reirse, al descubrir sus intenciones y el por qué de todo aquello no pudo más que reir, reir por no llorar, puesto que todo lo que decía era totalmente ridículo.
― Tú nunca conseguirás ni un sólo euro de mi padre. Y sólo porque seas su...
Un disparo perforó el aire, tiñiéndolo de rojo. El cadáver de Anne cayó al suelo, dejando un charco de sangre a su alrededor. Dejaron la pistola en su mano para desconcertar aún más a la policía y se marcharon. No había remordimiento alguno en sus expresiones.
― Estoy seguro de que el que robó el arma tenía contactos en el ejército, reduciendo así la lista de sospechosos a una sola persona.
― ¿Y quién es esa persona?
― Te creía más inteligente compañero. Está bien, te lo explicaré.
Diego
― Perdone, ¿Es usted el novio de la señorita Harry?
― Sí, soy yo ¿Qué quieren?
― Sólo hemos venido a hacerle unas preguntas.
Llegó a su destino. Era un edificio precioso, de ladrillo rojo, situado en la parte más cara de Notting Hill. Por la calle circulaban coches de gama alta y por la acera paseaba gente vestida con ropa de primeras marcas. Se acercó al portal y pulsó uno de los botones del telefonillo. En seguida una voz muy familiar contestó, Anne se sintió aliviada y le dijo que era ella y que necesitaba hablar con él. Subió por las estrechas escaleras hasta el segundo piso y allí llamó a la puerta. Un hombre mayor, de unos sesenta años de edad abrió la puerta. Era él, sin duda. Había sido desde siempre el que había llevado las cuentas de la empresa de su padre y ahora llevaba las de Anne, era un gran economista y sabía en todo momento que empresas iban bien, cuando era el buen momento para cotizar en bolsa, en que empresas había que invertir, que acciones debían comprar o vender, y siempre les había salvado de la quiebra. Pero ahora debería ayudarla para hacer todo lo contrario. Anne le contó la situación en la que se encontraba y le pidió suplicándole que la ayudara. El hombre se dio cuenta en seguida por lo que estaba pasando Anne y no dudó en ayudarla. Siempre había sospechado del señor Harry, pero nunca había tenido pruebas, además aquellos bajones repentinos de la empresa no eran normales, menos aún teniendo en cuenta que si se seguían los consejos de aquel hombre nunca deberían tener problemas. Después de una larga conversación Anne cogió su portátil y traspasó millones de euros a diferentes cuentas e invirtió lo que le quedaba en empresas que iban a pique. Ahora sólo debía esperar el resultado y si todo iba bien en unos días podría cerrar su empresa.
Dos hombres sentados en unas sillas enmohecidas negociaban. Se encontraban en un hangar abandonado, cerca de una base militar del ejército de los Estados Unidos. Uno de ellos llevaba una pistola en la mano, más concretamente una pistola del ejército. El otro tenía un rostro muy familiar.
― Quiero que la mates, no importa cómo ni dónde, pero quiero que desaparezca. Ya nos ha causado demasiados problemas. Esa pistola que te acabo de dar es propiedad de un soldado que murió el año pasado así que no podrán identificar al que ha usado el arma, además eso les desconcertará puesto que esa pistola debería estar enterrada con el soldado. Aparte de ese pequeño detalle si no dejas pruebas todo saldrá bien.
― Confíe en mí señor, esa maldita hija de puta pagará por lo que nos hizo.
― No sé muy bien como decirlo, pero la señorita Harry falleció ayer... fue asesinada.
― No... no puede ser... ¿Cómo es posible? ¡¿Quién ha sido el malnacido que la ha matado?! ¡¿Quién ha sido?!
― No lo sabemos aún, pero creemos que usted nos podría ayudar. Necesitamos cierta información sobre la compañía que tenía Anne.
― Ahora mismo me gustaría estar a solas... Marchaos por favor.
Diego
― Señor, por lo que he podido ver, las seis víctimas del incidente de París no aparecen en el registro civil.
― ¿Me estás diciendo que esas personas no existen?
― Exactamente. Aunque he podido averiguar por los vecinos que esos hombres eran traficantes de droga. Lo más curioso es que un hombre que vivía en el edificio de al lado nos ha explicado que estos hombres robaban ellos mismos la droga para luego venderla.
― Se valían por si mismos, como Anne… ¡Eso es! Anne fue aquella noche a hablar con ellos, fue sola, por ello, aquel indigente vio a una sola mujer entrar en el edificio, una mujer que rozaba la perfección, Anne.
No podía dejar de pensar en aquel mensaje. Su mente le daba vueltas y más vueltas, y su corazón se aceleraba cada vez que lo pensaba. Ella siempre había sido una mujer serena y valiente, nunca le había tenido miedo a la muerte, pero esta vez era diferente, un escalofrío le recorría el cuerpo cada vez que alguien la miraba. Al llegar a casa suspiró, aliviada de estar por fin a salvo.
― ¡¿Cómo pudiste?! ¡¿Te has vuelto loca?! Su rostro había cambiado y Anne no pudo más que expresar su terror retrocediendo, asustada, hacia la puerta de entrada
― ¿Q-Qué te pasa? ¿De… de qué me hablas? Preguntó horrorizada.
― Lo sabes perfectamente, desgraciada, tú los mataste. Eran los mejores… ¿Qué vamos a hacer ahora? Tú padre me va a matar.
― ¿Mi padre? Preguntó extrañada.
― Sí, tu padre… ¿Cómo descubriste que esos hombres trabajaban para tu padre y por qué los mataste?
― Yo, yo… Bajó la cabeza, abrió la puerta y salió corriendo. Ya no había ningún lugar seguro para ella en Londres. Corrió y corrió, sin rumbo fijo. Había estado viviendo en una mentira, le habían ocultado siempre la verdad, se habían aprovechado de ella, la habían utilizado. Su trabajo sólo había servido para financiar los negocios de su padre, si había matado a esos hombres era porque quería que su padre no estuviera metido en aquel comercio ilegal, pero en seguida se dio cuenta que incluso su novio estaba metido, todos estaban dentro. La persona que le había dejado aquel mensaje debía de ser un policía, seguramente su padre también tendría a policías de su lado para ayudarle. Estaba sola y a punto de ser asesinada. Retomó fuerzas y decidió, aceptando su muerte, terminar con los negocios de su padre haciendo que su propia empresa entrara en quiebra. Iba a ser un duro golpe para ella también, puesto que había dedicado a ese trabajo muchos años de su vida, pero si quería acabar con su padre no había otro modo. Armándose de valor se dirigió al único lugar de Londres donde la podrían ayudar.
― ¿Por qué mataría a esos hombres?
― Señor, poco después la empresa de Anne quebró, tal vez su novio sepa algo de lo que ocurrió.
― Sí, deberíamos haberle interrogado hace tiempo ya, vamos a buscarle.
― Es cierto, pero no se la pudo acusar por falta de pruebas. Tal vez su muerte esté relacionada con ese suceso, deberíamos investigar a las víctimas de aquel accidente.
A la mañana siguiente, Anne partió hacia Londres para volver con su novio. Debía alejarse de París lo antes posible. No contó con la inesperada visita de la policía en casa de su padre. Preguntaban por ella, así que no tuvo más remedio que salir. La llevaron a la comisaría para hacerle unas preguntas relacionadas con la explosión de aquella noche.
― Señorita Harry, por favor, tome asiento, le dijo uno de los policías que la había acompañado hasta allí. Anne se sentó en la silla, al otro lado del escritorio donde se encontraba el policía que iba a hacerle las preguntas. La puerta se cerró.
― Buenos días señorita Harry, ¿Se ha enterado de lo de la explosión? Le preguntó el policía con tono sarcástico.
― ¿Explosión? ¿Qué ha ocurrido? Preguntó, en un intento de parecer extrañada, Anne.
― Así que no se ha enterado. Se lo contaré entonces, anoche un edificio del gueto de París se derrumbó a causa de una explosión. Murieron seis hombres atrapados entre los escombros.
― ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
― A eso iba, un testigo dice haber visto a una mujer, que según como nos la ha descrito se asemejaba mucho a usted, saliendo del susodicho edificio momentos antes de la explosión. Creemos que esa mujer fue la causante de la explosión, puesto que salió corriendo.
― ¿No me estará acusando de haber destruido ese edificio verdad?
― Yo no he acusado a nadie señorita. Recuerde que todo lo que diga aquí podrá ser usado en su contra. Anne hizo un ademán de ir a hablar, pero se retuvo. Bien, el problema es que no tenemos pruebas que la incriminen directamente en el caso, además su padre dice que estuvo toda la noche en casa así que no podemos retenerla más aquí. Si descubriera algo que nos pudiera ayudar ¿sería tan amable de decírnoslo?
― ¿Puedo irme ya?
― Por supuesto. Aquí tiene mi tarjeta con el número de la comisaría y mi extensión. Espero noticias suyas.
Anne cogió la tarjeta y sin mediar palabra salió de la habitación. Al salir a la calle guardó la tarjeta en el bolsillo de su abrigo, pero al meter la mano encontró un papelito arrugado con una inscripción en él. Decía así: “Le aviso que no va por buen camino, deje de meterse en nuestros asuntos o acabará mal”. ¿Quién había podido escribir eso? Y lo más importante ¿de qué asuntos hablaba?
― Parece ser que cogió un vuelo a Londres ese mismo día.
― Sí, para volver con su novio.
― Creo que ya va siendo hora de que le interroguemos.
Diego
―Mademoiselle por favor, insisto, tome asiento, le dijo uno de los hombres mientras la miraba con expectación. Eso a ella no le gustaba, además, aquel hombre parecía tener un ojo de cristal.
―Merci monsieur, mais je n'ai pas de temps à perdre, mi padre llegará de un momento a otro y no quiero que se dé cuenta que he venido aquí, dijo la mujer mientras ponía un maletín encima de la mesa. Iré al grano, mañana por la mañana un carguero llegará a Normandía, vendrá cargado de heroína, diciendo esto aprovechó para observar la reacción de aquellos hombres, le sorprendió que aquello no les inmutará, tal vez fuera cierto que habían nacido para eso. Quiero que vayáis allí y la robéis. Por supuesto, os llevaréis una gran parte de lo que gane vendiéndola, además os pagaré un adelanto si aceptáis.
El que parecía el jefe del grupo se levantó de la silla. Se acercó a ella y le acarició la cara. Ella no tuvo más remedio que contener su expresión de asco.
―¿Cómo una mujer tan hermosa puede arriesgarse tanto? No me fío de usted, señorita Harry, los ingleses sois todos unos farsantes.
Se alejó de ella y se volvió a sentar.
―Claro que, su padre, siempre nos ha pagado bien.
―Pues yo os voy a pagar el doble. Mi padre ya es mayor y ha perdido facultades, ya no vende como vendía antes. Ahora yo tengo la oportunidad de demostrarle que puedo relanzar nuestro comercio y por eso os pido ayuda, porque sois los mejores. De hecho, si todo sale bien, me gustaría que empezarais a trabajar conmigo.
Aquellos animales se dejaban engatusar por el dinero, era fácil tratar con ellos. Pidieron a Anne que se marchara a la sala contigua para que pudieran debatir sobre la propuesta que les había hecho. La habitación a la que la habían enviado era aún más asquerosa que las anteriores. Habían cucarachas, cadáveres de ratas, nidos de araña y algún que otro excremento animal. Anne no pudo contenerse las náuseas y rezó para que aquel grupo de traficantes se decidiera pronto. Al cabo de un rato, un hombre entró en la sala en la que se encontraba Anne y asintiendo con la cabeza le dijo que aceptaban el trato. Anne les dio los billetes de tren que salían de Paris a primera hora.
―Aquí tenéis los billetes, en cuanto tengáis la mercancía enviadme un mensaje. Tomad este móvil, está marcado el número del teléfono que yo usaré para entrar en contacto con vosotros, si hay algún problema llamad a ese número e intentaré solucionarlo. A la vuelta os esperaré aquí a eso de las siete de la tarde. Buena suerte.
―L'argent madame, dijo el jefe con cara de pocos amigos.
―Sí, lo olvidaba, aquí tenéis cincuenta mil euros y vuestra comisión será del veinte por ciento, ¿está todo bien?
―Parfait. Todo irá bien, no se preocupe señorita, déjelo en nuestras manos.
―Confío en vosotros, y ahora si me disculpáis debo volver a casa.
Dejó el dinero en la mesa, cogió su bolso y salió corriendo de allí. En cuanto pisó la calle una explosión la tiró al suelo. El edificio entero se derrumbó. Se levantó como pudo y abandonó aquel lugar de mala muerte lo más rápido que se lo permitían sus zapatos. Estaba segura de que nadie le daría importancia a aquello, puesto que se encontraba en el gueto de París y las víctimas eran unos desgraciados que, seguramente, no estarían presentes en el registro civil.
(Aquí está la esperadísima segunda parte de esta historia -también deseaba escribir eso :P- siento el retraso, pero a veces las ideas no fluyen jaja espero que os guste ^^)
Diego
Diego