lunes, 25 de mayo de 2009
El caso - La resolución
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De pronto una luz se encendió en mi cabeza. Lo cierto es que todavía no entendía por qué la habían atado a la vasija, ¿qué sentido tenía? Lo que sí sabía era quien la había matado. Entré en el comedor con aire triunfante. Pronto iba a resolver este caso. Mandé a un policía a que registrara el cuerpo de Williams y así sacar más pruebas. Y así he llegado hasta aquí."
- ¿Y bien? ¿Quién es el asesino?, preguntó el Señor Bowie.
- Esperaba que usted me lo dijera, señor Bolan.
Bolan se quedó perplejo.
- ¡Yo no maté a la señorita Williams! Me decepciona...
- ¡Y usted me decepciona a mí! No le he acusado en ningún momento de haber matado a Williams.
- ¿Cómo debo decirlo para que lo entienda? ¡Yo no la maté!
- Tal vez, pero sí sabe quien lo hizo.
Señalé a Ginoli con el índice.
- Señor Ginoli, ¿qué hizo cuando me marché?
- Fui a la cocina, delante de los señores Weller. Quería hablar con Bolan.
- Y mientras los Weller cogían leña en el almacén, usted aprovechó y escondió el cadáver en el balcón, justo después de hablar con Bolan y pedirle la llave del balcón. Era el momento idóneo puesto que nadie podía verle.
Los ojos de Ginoli casi se salían de sus órbitas.
- ¿Me está diciendo que yo hice todo eso? ¿Yo sólo? Por favor detective, piense un poco. Es cierto que nos acabamos de conocer y tampoco sé mucho de usted, pero le creía con un poco más de cabeza. Cualquiera se habría dado cuenta de que para llevar un cuerpo y todos esos utensilios al balcón harían falta como mínimo dos personas. Y yo soy sólo una.
- ¿Entonces me está diciendo que el señor Bolan le ayudó?, respondí yo.
- Mire, seré sincero con usted, creo que está cometiendo un error. Yo estuve con Bolan todo el rato en la cocina. No se lo podemos preguntar a la señora Mercer porque está muerta, pero le juro que no me moví de allí.
- No tiene pruebas para demostrármelo, además ¿de que estaban hablando?
- Queríamos esperar un poco pero creo que dada la situación no hay más opción... El señor Bolan y yo estamos juntos desde hace unos meses y estábamos pensando en casarnos. En la cocina estuvimos hablando de posponer la boda por el fallecimiento de Williams.
Tardé un poco en contestar, la respuesta me había pillado desprevenido.
- ¿Es cierto todo lo que dice?
- Sí, respondió Bolan.
- Está bien, de momento no os haré más preguntas, pero si no saco nada en claro con los demás invitados no tendré más remedio que volver con vosotros. Señor y señora Bowie, a vosotros no os voy a hacer preguntas. En todo momento he sabido donde estabais. Además fueron los últimos en llegar, después de mí.
Llegó el policía con un papel en la mano.
- Es todo lo que he podido encontrar. La señorita Williams no llevaba nada más relevante en el bolso y en la ropa.
El papel era una invitación. Pero era diferente a las nuestras. Además la hora de llegada era otra, mucho más pronto que nosotros.
- Llevárosla y analizadla en busca de huellas dactilares.
- Por favor, ¿puede darse prisa? Es que empiezo a tener hambre, dijo la señorita Dylan.
- Señorita tómeselo en serio, por favor, han muerto tres personas y hasta que no encontremos al o a los culpables no nos podremos ir. Bueno ya que me ha hablado, ¿qué hizo antes que desapareciera el cuerpo de Williams?
- Yo me quedé en el comedor.
- ¿Y por qué no estaba cuando volví?
- Porque había ido a hablar con Bolan.
- ¿Y no vio nada cuando iba a la cocina?
- Lo cierto es que oí un ruido que venía de arriba, pero no le dí importancia porque suponía que sería el viento o un pájaro.
- Está claro que miente, replicó el señor Weller. Ella era la única que no estaba haciendo nada.
Ni siquiera escuché a Weller. En los ojos de Dylan se veía claramente que decía la verdad, era como un libro abierto.
- Señor Weller, no se precipite. Todavía no he hablado con vosotros.
- ¿Pero que va a decirnos? Nosotros estuvimos en el almacén cogiendo madera. Además la señora Bowie dijo que fue a prepararse una tila antes de que encontráramos el cadáver así que no está del todo limpia.
El señor Weller parecía inquieto. Eso era muy sospechoso ya que antes de la muerte de Williams estuvimos hablando y no me pareció una mala persona.
- La señora Bowie no fue. Sí que es cierto que fue a prepararse una tila pero no tuvo el tiempo suficiente como para matarla. Además, Williams estuvo ausente desde el principio de la fiesta, supuestamente se encontraba en la salita. Y yo, sinceramente, creo que ya estaba muerta.
No podía pararme ahí, debía continuar con la muerte de Nile y de Mercer.
- Seguramente el señor Nile fue envenenado por el asesino para que no le diera tiempo a decir nada. Tal vez lo pillará matando a Williams. El asesino debió amenazarle y por eso no me dijo nada sobre la víctima y desvió mi atención hacia Ginoli. Lo que no sabía era que el asesino le había puesto algún veneno en la bebida para asegurarse de que no se le escapará nada.
- Buena deducción, dijo Ginoli sorprendido.
- La muerte de Mercer es un misterio, pero puedo creer que se suicidó por razones externas a...
- Señor detective, hemos encontrado las huellas dactilares del señor Weller en esta invitación.
- ¿Y bien? ¿Cómo explica eso, señor Weller?
- La señorita Williams me enseñó su invitación porque era diferente a la mía, por eso tiene mis huellas.
- Vuelvo enseguida.
La respuesta se encontraba en ese lugar. En efecto, cuando llegué al almacén pude confirmarlo: no había ni un rastro de leña y en el comedor nadie había encendido la chimenea. Parecía tan evidente que nadie se había dado cuenta.
- Señor Weller me temo que es usted mi principal sospechoso. Es más, la señorita Williams lleva muerta desde antes de que llegáramos, pero no antes de que usted llegara, ¿verdad Bolan?
- Así es, los Weller llegaron justo después que Williams, aunque yo no pude estar con ellos porque estaba preparando la cena, dijo Bolan.
- Tuvieron tiempo de sobra para matar a Williams. La amordazaron primero para que no gritara, o no, mejor aún, la dejaron inconsciente antes. Después le dieron con el martillo en la cabeza lo cual no la mató pero la dejo medio muerta. Si la ataron a la vasija era para que la encontráramos antes, puesto que nadie iba a estar fijándose en ella. Cuando finalmente murió, cayó al suelo, cortó el hilo con unas tijeras de podar que había dejado al lado de la puerta, y como la vasija estaba inclinada, al perder el apoyo se cayó al suelo y se rompió. La mordaza, así como los trozos de hilo de pescar los dejaron en el almacén, seguramente dentro del cortacesped para que los policías no lo encontraran. Cuando os fuisteis al almacén a, supuestamente, coger leña, os disteis cuenta que no había pero aún así tuvisteis que seguir con la farsa y mientras la señora Weller hacía ruido en el almacén, usted, señor Weller, subía el cuerpo de Williams al balcón. Ya había estado en esta casa antes, por lo que sabía perfectamente donde estaba la llave del balcón. Mientras lo escondía, la señorita Dylan debió de pasar por el pasillo y oyó el ruido de la puerta del balcón, pero no le dio importancia. Cuando bajó, la señora Weller subió rápidamente y dejó todos los utensilios al lado del cuerpo. Usasteis guantes, por eso no se han encontrado huellas dactilares vuestras en las herramientas, sino las de Bolan, pero las suyas eran más antiguas, de hecho de hacía unos días, sin embargo las de la invitación eran de hacía una semana por lo que su afirmación es falsa, usted no tocó esa entrada, de hecho ni siquiera se esperaba que Williams la llevara ese día. Pero no tenía más remedio que mentir.
- No dice más que disparates, ¿unas huellas dactilares en una invitación? ¡¿Qué prueba es esa?!, gritó el señor Weller.
- Mientras halábamos unos investigadores han ido a vuestra casa, la invitación se imprimió desde allí. Era la misma tinta. Se la enviasteis para que fuera antes que los demás invitados y así poder matarla sin que nadie se diera cuenta. ¿Por qué lo hizo?
- ¡Basta! Déjelo ya, lo confieso, matamos a la señorita Williams, dijo la señora Weller.
- ¿Pero que haces mala mujer? ¿Cómo te atreves?, dijo con tono amenazante el señor Weller.
- Bueno sólo me hacía falta una pequeña confesión. Está todo grabado. Ya podéis arrestarlos.
- ¡Nos veremos en el juicio, maldito detective!
Cuando se los llevaron me sentí aliviado. Ya estaba todo resuelto. Pero todavía me quedaba la duda, ¿por qué la habían matado?.
- Quieres saber por qué la mataron, ¿verdad?, me dijo Dylan, como si me hubiera leído la mente.
- Sí, la verdad es que sí.
- Lo cierto es que la señorita Williams estaba con el señor Nile. Cuando supo que los Weller habían sido invitados a esta fiesta, ya sabía que la iban a matar. Nile intentó evitar que fuera, pero ella le dijo que debía pagar por lo que había hecho y que su muerte sería el precio. El señor Nile también era amigo de Bolan, así que también pudo asistir a la fiesta. Quería evitar a toda costa que mataran a Williams, pero eso le costó la vida. La señora Mercer, que estaba enamorada del señor Nile, se suicidó cuando vio que le habían envenenado. Ella siempre llevaba una pistola encima suyo, por si acaso, así que la utilizó para matarse. El porque es muy sencillo: Williams había pedido dinero a los Weller y lo invirtió en el juego. Ella era una gran jugadora de póker, así que se lo devolvería a los Weller con intereses, pero no le fue nada bien y se lo ocultó a los Weller. Estos cuando se enteraron la amenazaron con la muerte si no les devolvía todo el dinero. Pero ella no podía devolverles nada, así que aceptó la muerte como precio.
- Es patético, ha muerto por dinero... ¿Cómo sabes tú esto?
- Es un secreto, me dijo sonriendo.
Se marcharon de la casa, contentos por haber resuelto por fin el caso que les había privado de cena aquella noche.

¡¡¡Qué largo!!! Lo siento u.u

Diego
Un observatorio en Lower Manhattan
Golpeé unas cuantas veces aquella cajita, para que volviera a dar señal. Al fin y al cabo, desde allí siempre se oía genial, mejor que en toda la ciudad. No era de esperar, porque el estar tan alto debería ser una razón por la que hubiera interferencias. Pues no había. Así que solía frecuentar el lugar, porque hacía lo que más me gustaba a la vez que escuchaba música. Allí, en la azotea de un viejo edificio del Lower East Side, no había reglas, o si las había, estaban puestas por mí. Estaba hasta las mismísimas narices de que fuera de allí todo se me impusiera con tanta cara, como si yo no tuviera voz ni voto en las decisiones que ajenos tomaban sobre mi vida. Todo se hacía sin contar conmigo; nadie me dijo nada sobre el divorcio, ni sobre la custodia, la mudanza, el cambio de instituto… y mejor paro, porque esta historia se repite más que el ajo y además sería dejar en muy mal lugar a mis padres. Y para lo mal que están, tendré un mínimo de compasión.

La azotea me servía de santuario en el sentido de que era un resguardo para mis composiciones intelectuales. Lo que leía y escribía eran sólo cosas mías, en las que nadie se tenía porqué meter si a mí no me daba la gana. Ni la intolerancia, únicamente causada por el miedo que algunos, bastantes hoy en día, tienen a que todo se ponga patas arriba, podría con ellas. Hablando de la intolerancia, alguien dijo algo muy bueno sobre ella, que "no va a borrar los sueños que no borra ni el paso del tiempo”, y, para mí, es un dogma a seguir al pie de la letra. Era mi manera de rebelarme. No sabía qué más podía hacer, así que directamente al acabar las clases cambiaba mi ruta tan habitual desde hacía un tiempo para dirigirme al piso 7 de aquel inmueble. Había dado con aquel sitio tan bueno de pura casualidad, cuando desde abajo me percaté de que había alguien ahí que parecía que iba a tirarse de tan arrimado que estaba al muro de seguridad. Se asomaba para buscar algo que estaba donde yo, que aún no sé qué podría ser. Sin saber qué otra cosa hacer, le grité, y me lancé escaleras arriba sólo por si acaso. El caso es que llegué y no hacía nada allí, porque el sujeto ese ya no estaba. Así que tomé el lugar como mío, sin más.

Nunca nadie me había dicho nada al respecto, y a estas alturas no iba a aparecer algún vecino contrariado que no tuviera más asuntos que atender para protestar. Ni sabían siquiera de mi existencia. Y así iba a continuar hasta que yo lo decidiera. Nadie me iba a quitar la azotea, echar de allí, o cualquier otra cosa que se me ocurra. Esta vez no. Primero que me preguntaran.

También me dedicaba a únicamente observar. Desde la base secreta era muy hermoso el ocaso. No se veía mucho de lo demás, pero de la puesta de sol sí. Se engrandecía frente a todo lo demás, incluso las muchas ventanas que se abrían para mí durante el resto del día quedaban tapadas con su luz, que se lo comía todo, y con ello se llevaba mis preocupaciones por delante. Me hacía pensar, pero no en mí mismo. Al tener tantas cosas que hacer allá arriba, pensar en mi vida era lo último. Yo era una infinitésima parte de aquel espectáculo de colores.
Cuando el cielo todavía estaba azul claro, miraba la parte trasera del edificio de enfrente. Pocas ventanas tenían toldos o persianas, por lo que podía ver los interiores de casi todos los apartamentos. No había mucho movimiento a esas horas tan tempranas, incluso se hacía raro ver pasar a alguien por ellas, pero de noche era otra historia, cómo no. Hablando de personajes interesantes, una vez sorprendí a una mujer con camisón que salía por la ventana y, agarrándose a la barandilla y luego saltando por encima, dio a parar a la escalera de incendios, tan característica de cualquier finca de cualquier barrio de Manhattan, por la que subió dos pisos y se coló por otra ventana, abierta con esa finalidad. Tenía agallas para hacerlo. En la cornisa de otra ventana pude apreciar un gato, más bien tirando a negro, que olía la noche. Todo el tiempo que estuve mirándolo él no se movió. También, en contadas ocasiones, observé a un señor mayor de aspecto escuálido y esmirriado que salía de una ventana más arriba a fumarse un pitillo y a tomar el fresco. Al igual que yo, estaba sin hacer más, mirando hacia abajo desde la última planta. Se le veía alicaído a causa de algo que yo nunca llegaría a saber. Y el que suponía más preguntas para mí era alguien que, bajo el débil fulgor de una lámpara de aceite, se pasaba las horas de oscuridad haciendo esbozos con una barrita de carboncillo, que poco a poco iba reduciendo su tamaño por el uso continuado. Por el día no se le veía, era una criatura nocturna más bien. Aunque por la noche no podía decir que le viera mejor porque siempre estaba despaldas a mí.

Por supuesto, tenía más entretenimientos en las alturas. Estas escenas en las que yo había tomado papel de discreto espectador se habían pasado al formato papel para ser preservadas en mi memoria, y para que cuando las mirara sintiera que las revivía en aquel preciso instante. Sí, también tenía tiempo para dibujar, como el misterioso individuo del quinto piso del edificio de enfrente. Los asuntos personales te roban tiempo para hacer lo que realmente te gusta, y si quería hacerlo todo, debía huir de lo que sea que tuviera relación con ellos. Así, la azotea se había convertido en una isla de evasión de las arbitrariedades, que podían hacer que me distrajera de la vida que llevaba. Para mí lo que importaba era lo que los demás consideraban “irrelevante”.
DYLAN
domingo, 24 de mayo de 2009
El caso - Más muertes
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La prueba de tóxicos dio positivo. Le habían envenenado. Seguramente sabía algo que el asesino no quería que supiera. ¿Tal vez descubriera dónde se encontraba el cuerpo de Williams? Aunque ya era un poco tarde para preguntárselo. Debía buscar el arma del crimen, eso era lo principal. Pero la policía no había encontrado nada. De todos modos tenía que asegurarme. Le pregunté al señor Bolan si tenía herramientas de jardinería. Me acompañó a un pequeño almacén dónde guardaba los utensilios del jardinero que venía cada viernes. También me enseñó las herramientas que tenía para arreglar cosas en la casa, puesto que también las guardaba allí. Me llamó la atención la silueta de un martillo en la pared. Le pregunté a Bolan si había sacado algún martillo de allí hacía poco. Me contestó que no, él también estaba sorprendido. Esa debía de ser el arma del crimen, el martillo con él que golpearon a la señorita Williams en la cabeza. El hilo de pescar debió de servir para atarla a algo y que al cortarse no se viera. Supongo que la atarían a la vasija, no había otra solución. Además ese trozo de hilo lo había encontrado entre la puerta de la salita y la vasija. Vaya, también faltaban unas tijeras para podar. De momento todo encajaba. Ahora quedaba por saber donde estaba el cadáver de la señorita Williams. Le pregunté a Bolan si tenía alguna habitación escondida o algo así. Me respondió negativamente. Lo único que tenía más escondido era el balcón que tenía al lado de su cuarto. A primera vista no se veía, ya que no tenía puerta, sólo una pequeña ventana que parecía que ni se podía abrir. Aún así me entró la curiosidad por verlo. Subimos y Bolan abrió el balcón con una llave que guardaba debajo de una planta que estaba al lado de la ventana. La puerta no era más que un trozo de pared con una cerradura que a primera vista pasaba desapercibida. Al abrir casi se me sale el corazón por la boca. Allí estaba el cuerpo, el rollo de hilo de pescar, el martillo ensangrentado, las tijeras para podar y cinta aislante. De pronto se escuchó un grito y poco después un disparo. Bajé corriendo al comedor para ver que había pasado. No me lo podía creer, la señora Mercer se había pegado un tiro en la cabeza. ¿Qué sentido tenía todo esto? Estaba claro que detrás de la muerte de Williams había algo más. Y debía descubrirlo.

Como veréis cada vez tiene menos calidad, pero es que quiero acabarlo ya!! No pensé que esto duraría tanto, pero bueno ya no queda más que una parte... menos mal.

Diego
martes, 19 de mayo de 2009
El caso - La segunda muerte
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5 días sin escribir, que mal... Arizona escribe algo!! xD

Después de todo lo que había pasado, lo mínimo es que estuvieran todos sentados en el comedor esperando a que les hiciera más preguntas. Pero no era así. La señora Mercer no estaba. Se suponía que hacía un momento estaba en el baño. Se suponía. Lo cierto es que cuando nos reunimos aquí, justo después de que llegara la policía, Mercer todavía no había vuelto del baño. Decidí buscarla, pero antes le dije a un policía que se quedara con los invitados. No podía volver a arriesgarme. En cuanto abrí la puerta, vi un pequeño brillo que venía del suelo. Era un trozo de hilo de pescar. Los hilos de pescar no se pueden estirar, pero sí cortar, alguien debió de cortar un trozo para algo. Luego volvería para hablar con los invitados. Lo primero era encontrar a la señora Mercer. Fui al baño, pero ella no estaba ahí, como suponía. Tal vez estuviera en el piso de arriba, en alguna habitación. Al menos sabía que no había salido de la casa, ya que si lo hubiera hecho los policías la habrían visto. Como Bolan vivía solo, tenía sólo dos habitaciones, por lo que me facilitaba la tarea. Primero entré en su habitación. Me quedé asombrado. Era una habitación gigante, con un gran ventanal y un armario que cubría toda la pared. Nunca antes había visto algo tan espectacular, y que no estuviera en una revista. Rebusqué en los armarios pero no encontré nada, sólo ropa y más ropa. En la sala de invitados no había nada y en el baño tampoco, así que volví al comedor. Allí estaba la señora Mercer. Me dijo que había ido a la cocina a beber un poco de agua después de ir al baño. Claro, la cocina, no había ido a mirar allí. Cambiando de tema, le pregunté a Bolan si solía ir a pescar. Me dijo que no, lo cual era bastante obvio puesto que no tenía cañas de pescar en casa. Por lo tanto ese hilo de pescar no era suyo, y si lo era quería decir que lo había comprado expresamente para matar a la señorita Williams. Le pregunté entonces si tenía hilo de pescar en casa. Era algo demasiado indiscreto por mi parte, pero tenía que fijarme bien en la reacción de los invitados. Sólo el señor Nile puso cara de susto. Eso podría ayudarme. De repente se cayó al suelo y comenzó a tener convulsiones, después de las cuales se quedó sin pulso. Se lo llevó la ambulancia. Les pedí que le hicieran la prueba de tóxicos para saber si le habían envenenado y que me enviaran la respuesta lo antes posible. Esto era cada vez más extraño. Sólo tenía un trozo de hilo de pescar como prueba y otro muerto, esta vez por envenenamiento. Aunque ahora ya me iba haciendo una idea de lo que había pasado. Sólo tenía que atar unos cabos y resolvería este misterio. Ya sabía que no iba a ser tarea fácil.

Visto lo visto, voy a tener que hacer dos partes más y no una como había previsto. Perdón! La siguiente parte será ¡Más muertes!. Sí, va a morir alguien más. No he mencionado a casi ningún personaje porque me he centrado en el detective pero en el próximo tendrán más protagonismo los invitados.

Diego

jueves, 14 de mayo de 2009
El caso - Las coartadas
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Allí estaban todos. Sentados frente a mí, esperando impacientes que les hiciera las preguntas necesarias. Estaba claro que había sido uno de ellos. Las ventanas estaban cerradas con seguridad y sólo el señor Bolan sabía la combinación. Además, nuestro anfitrión sólo tenía un criado que justamente esa semana se había marchado de vacaciones. La única posibilidad que tenía era que el señor Bolan hubiera contratado a alguien que ahora estuviera escondido en la casa. Y esa posibilidad no me gustaba nada. Por eso llamé a la policía y mientras esperaba comencé a hacer las preguntas. Comencé con el señor Nile. Había estado sólo toda la noche, lo cual era bastante sospechoso, pero no podía considerarlo una prueba. Me contó que vio al señor Ginoli saliendo por la puerta que da al pasillo hacía una hora. Era bastante tiempo, pero la víctima parecía que estuviera muerta más tiempo del que creíamos. Le pregunté por su relación con Williams. Tardó un poco en contestarme. Me miró fijamente. Hizo ademán de ir a hablar, pero no pronunció palabra. Sólo se vieron unas lágrimas que corrían por sus mejillas. No intenté forzarle, luego volvería a hablar con él. Me acerqué al señor Ginoli. Le pregunté que había estado haciendo, si era verdad lo que decía el señor Nile. Asintió con la cabeza, hacía una hora había ido al baño. Dijo que por el camino se encontró al señor Bolan. Lo cierto es que Bolan estuvo muy ocupado durante la fiesta, yendo y viniendo. Se convirtió en uno de los principales sospechosos. Como con Nile, le pregunté por la señorita Williams. Me respondió con una sonrisa. Era homosexual. Igual podía tener algo contra Williams, pero desde luego no sería por amor. Fui a hablar con Bolan, pero no estaba. La señora Bowie me dijo que había ido a la cocina a prepararse una tila. En cuanto dejó de hablar, fui corriendo a la cocina. ¿Pero que estaba haciendo? No podía irme del comedor y dejar a los invitados a sus anchas, podía ocurrir algo. Tal vez esto fuera una trampa. Cuando llegué a la cocina vi al señor Bolan hirviendo agua. Que alivio. Volví al comedor, pero no había nadie allí. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. De pronto se escuchó el timbre de la puerta. Fui a abrir. Era la policía. Les dije que buscaran por la casa a alguien que no estuviera en la lista de invitados, y que además buscaran pruebas en el escenario del crimen. Cuando dejé el recibidor y volví al comedor, estaban todos allí otra vez. Me contaron que el Señor y la señora Weller habían ido a cojer leña al almacén para encender el fuego, que el señor y la señora Bowie se habían ido al salón para hablar de un asunto privado, que la señora Mercer había ido al baño y que el señor Ginoli había ido a ver al señor Bolan. Pero me faltaba un invitado, la señorita Dylan. De repente Dylan apareció por la puerta con la cara pálida. Dijo que había ido detrás del señor Ginoli y que al volver con el señor Bolan vieron la habitación del crimen vacía. Esto estaba pasando de castaño a oscuro. Lo peor es que la policía no encontró pruebas, ni nada que nos pudiera ayudar. ¿Qué iba a pasar ahora?

Bueno ya sólo quedan dos partes. La tercera es "La segunda muerte". ¿Pero, quién morirá? ¡Hasta la tercera parte!

Diego
miércoles, 13 de mayo de 2009
Otro yo nos está esperando allí
Un día como otro cualquiera decidí coger el coche. Sí, ese cacharro que mi madre seguía repitiéndome una y otra vez que mandara a paseo, insistiendo en que si quería ella me compraría uno nuevo, un buen auto, uno que no me dejara tirado cuando menos me lo esperara. Sólo una excusa de fácil decir para lucir poder adquisitivo con los vecinos. Siempre en estos casos se utiliza al hijo, apenas recién salido del colegio, para presumir, por su propio beneficio. Pues iba a tener un tiempo a solas con mi viejo compañero, porque cogí el atillo y di los primeros pasos hacia mi renacimiento en todos los sentidos.
Conocer esa tierra y de paso conocerme a mí mismo era algo que nunca estaba de más hacer, y para entonces no era tarde, y nunca lo sería. Con tal que, todo decidido, me puse en marcha. Tras pocos días después de mi partida, y de no hacer otra cosa que conducir, solo parando en casos de estricta necesidad, llegué a mi orgullo y al de toda California. Nunca me había gustado el nombre de las ciudades de ese tipo, que habían sido bautizadas por los pastores mejicanos en sus peregrinaciones, pero de ésa precisamente siempre me olvidaba por qué se llamaba así. A San Francisco no te queda más remedio que dejársela pasar; no puedes hacer otra cosa que amarla.
Ahora era yo quien peregrinaba. Pasando la mayor parte del tiempo en la carretera, cuando llegaba adonde quería era gratificante y satisfactorio. Además, me gustaba la idea ésa de, al retornar de dondequiera que procedieras, seguir las huellas que tú mismo dejaste tiempo atrás, cuando buscabas tu destino. Hubiera sido un delito no acercarse a San Francisco habiendo estado toda la vida en California, pero no era mi caso; yo no era de allí, para bien o para mal, incluso aunque fuera por muy poco. De todas formas, planeaba vivir allí con un amigo antes o después, pero en ese momento solo había acudido a Frisco para visitar el origen de todo lo que yo conocía y daba por "mi mundo". Y ese oasis donde aún estaría la esencia que yo buscaba, a lo mejor guardada en un antiguo baúl esperando a ser abierto de nuevo, o quizás asomando entre los escombros de lo que antaño fue la cuna de la libertad, el entusiasmo y, sobretodo, la esperanza. Yo iría allí a oler el aire y a mirar al cielo y, por descontado, para sonreír de verdad. Pero todo eso se asegura con la mejor de las compañías, y yo la iba a tener.
DYLAN
El caso - La primera muerte
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Antes de empezar, decir que este iba a ser mi trabajo de valenciano. Pero al final ni siquiera lo hice, así que os lo escribo aquí (en español, que así tardo menos :P).

"Allí estábamos todos. Unos sentados comentando la fabulosa velada que estaban pasando, otros paseando por la habitación riendo. En fin, estábamos disfrutando de la fiesta que el señor de aquel lugar había organizado. Nos encontrábamos en una gran mansión. Su diseño era de principios del siglo XVIII, y eso le daba un aire especial. Pero el interior había sido decorado con el mobiliario más vanguardista. Unas sillas totalmente psicodélicas, lámparas minimalistas, cuadros coloridos y abstractos. Todo se movía en una línea ajena a lo que estamos acostumbrados a ver. Una línea de locura y a la vez moderna, con muchos toques de los sesenta. Incluso de noche, las enormes salas que componían la casa estaban iluminadas, como si fuera de día. Lo cual impresionaba, pero sobre todo daba un ambiente cálido y familiar. Un trueno. O eso pensábamos todos. Un ruido estruendoso retumbó por las habitaciones. No era un disparo, sé reconocer el sonido de una bala saliendo de su pistola. No, había sido el ruido de una caída. Algo se había roto. No teníamos más remedio que ir a mirar. Y efectivamente, en el suelo del pasillo una enorme vasija de más de dos metros de altura se había caído. O tal vez la hubieran tirado. Mierda, salía sangre de detrás de una puerta. Al abrir vimos a la señorita Williams tirada en el suelo. Estaba muerta. Le habían golpeado la cabeza con algo contundente. Pero eso no era lo único que le había causado la muerte. Tenía marcas de cuerdas en las muñecas y seguramente en los tobillos, además, su boca y el contorno estaban rojos, como si le hubieran puesto cinta aislante y se la hubieran arrancado. Estaba claro que la habían atado para que no se escapara, pero ¿por qué le habían quitado todas las cuerdas? No tenía ningún sentido. Lo que más rabia me daba es que no habían testigos, de hecho ni siquiera sabía quien había podido matarla, puesto que yo había estado hablando con el señor y la señora Weller, y no sabía que habían estado haciendo los otros siete invitados. Lo único que podía hacer ahora era preguntar a cada invitado su coartada. Y eso hice. Tal vez descubriera algo que me podría ayudar. En ese momento, mi único propósito era destapar la verdad.

Como es muy largo (esta parte la hice en una hora y no me apetece estar una hora más) lo dividiré en cuatro partes (aay u.u). Espero que os guste! :)

Diego
martes, 12 de mayo de 2009
Un error
En una calle sin transeúntes. En una ciudad sin ciudadanos. Él andaba. No se oían sus pasos, el sonido que emitían se lo llevaba la fría brisa del mar. Su andar levantaba el polvo de la calle, polvo que volvería a depositarse para que alguien lo volviera a esparcir. O no. Su mirada se clavaba en los detalles que rompían el ambiente del lugar. Un periódico que dejaba volar sus páginas. Una bicicleta que circulaba sola. Un ratón mordiendo a un gato. De pronto vio a una mujer. Estaba en lo alto de un edificio. Parecía que iba a tirarse. Pero eso a él le daba igual, no la conocía de nada. Además salvarla sería una pérdida de tiempo. Ella también le había visto. Y por eso se tiró. Afortunadamente un par de colchones enmohecidos amortiguaron su caída. Se había roto un brazo, y tal vez algunas costillas, pero estaba viva. ¿Quienes eran esos desconocidos? Lo cierto es que se atraían mutuamente. Y se casaron. Vivieron en un piso hecho de colchones. Así lo había querido ella. Tenían un perro que no ladraba. Cuando lo encontraron se quedó mudo y dejó de mover la cola. Tal vez estaba muerto, pero a ellos les gustaba su presencia. Un día se separaron. Cada uno se fue por su lado y no volvieron a verse. Sólo andaban y andaban, esparciendo el polvo, en una ciudad en la que nunca había vivido nadie. Era bonito pensar que el cielo ya no era azul. ¿Acaso lo había sido alguna vez? Y mirando a las estrellas, él decidió volver a buscarla. Y la encontró. Se iba a tirar de un puente. Pero esta vez ya no cometió el mismo error y por ello acabó con su vida. Le quitó los colchones que se había puesto. Cuando ella le vio no lo dudó y se tiró. Adiós desconocida.

Diego
Cosmic Dancer, Rabbit Fighter, Dandy in the Underworld
Sí, ahí está él otra vez. Su voz de nuevo, su modulada voz, que se contonea; que se dobla y se desdobla como un contorsionista lo haría; que se quiebra paulatinamente y tartamudea guturalmente unos segundos, como si su voz saliera de las más recónditas profundidades, para volver a la carga con más intensidad, continuando por más tiempo que antes. El volumen es usualmente estable, ni baja ni sube, pero el tono va pasando de agudo como suele ser a grave de repente, y estos cambios son los que le dan chispa y enganchan, de manera que interiormente estás rezando para que vuelva a hacer sus jugueteos vocales. Su voz es gangosa, pastosa, dulzona, almibarada, melosa, empalagosa… como un pastel con azúcar glasé por encima de la cubierta de dulce de leche. Es una de esas voces que se te queda grabada en lo más hondo de tu ser. Si tuviera que ponerle un color a su voz, sería rosa fosforescente. A veces te aflora el recuerdo de ese sonido, el lejano tintineo vibrante de sus cuerdas vocales te estremece, y hace que necesites volverlo a escuchar. Pides por más. Aquí y ahora, no importa cómo, necesitas oírlo de nuevo. Y para rematar, al final suelta unos gemidos que te trastornan. Simplemente te vuelven loco. Y luego su guitarra, que parece que te desgarre las entrañas con cada nota. Y piensas “Más, quiero más; otra vez más, por favor”. Cuando lo vuelve a hacer suspiras y te tranquilizas para que luego te entre el gusanillo otra vez. Es un proceso que se repite, como un ciclo. Caes en una espiral azul, blanca y roja de la que ya no puedes salir, ¡básicamente porque no quieres hacerlo! Es el mejor lugar donde podrías encontrarte. Has probado la fruta prohibida, y ya no hay marcha atrás. Ese sabor es tan exquisito que ningún otro se podría equiparar. Sus susurros, tú sabes que te están llamando, que te inquieren algo más, te incitan a cometer locuras por seguir escuchándole. Al ver que te recompensa, todo se te viene encima y caes redondo. Ya puedes morir en paz. Quedas totalmente cautivado y eres prácticamente suyo, se mire por donde se mire. Has sucumbido, y tú sabes que eso es lo que quiere él, aquél que es la tentación personificada.

Nada en este mundo (no descarto otros) puede llegar a ser como él.

Esto es lo que cualquier persona que no esté en su sano juicio sentiría al escuchar a Marc Bolan. Solamente describo el tema de lo que es la música, de qué van él y sus letras ya es otra historia. Lo que representa, lo que creó, de lo que formó parte, que no es moco de pavo, cada uno que indague; no me gusta tener que explicar hechos, es más divertida la subjetividad.
Pero es que él está rodeado por una aureola de polvo cósmico y estrellas de cristal, tiene que ser eso, para que atraiga tanto. Seguro que la camufla con ese echarpe que siempre lleva enrollado al cuello.

Y pensar que tan sublime existencia de exorbitante encanto se quedó a manos de otra persona en la carretera.




ARIZONA DYLAN
lunes, 11 de mayo de 2009
Lo que ya no está
Hola, soy un pirata cualquiera, uno de los que intervienen en la ruta Valencia-Baleares. Puede que el único. Con toda seguridad. Ya sabréis a qué me dedico. Ahora este negocio no es como antes. Lo de robar y sabotear es lo que no es lo mismo. Antes, abordaban un barco, asaltaban a sus tripulantes, y todo era coser y cantar, qué os voy a contar. Sin embargo, ahora, ¿qué tipo de barco atacas? Pues… desde luego, no uno como los de entonces.

He vivido y visto mucho, y me he dado cuenta de los cambios que se han producido. Yo sigo ejerciendo pese a todo, porque mi espíritu sigue siendo el mismo, y sigo siendo fiel a mí mismo y a mis ideales. Entonces, ¿qué más da el robar? Fortuna, tengo de sobra; ambiciones, sin embargo, también de sobra, pero lo llevo bien. Ahora, atacas un navío y, cuando apareces en cubierta, casi se te ríen por lo que representas. Que estás pasado de moda, afirman, que ya no hay sitio para ti. ¿Cómo que no? Estáis en el mar, y el mar es todo mío. Todos los mares son míos, y yo soy suyo. Sólo míos y yo sólo suyo. Esa gente en bañador, con ganas de disfrutar de unas relajadas vacaciones en la costa, se burla de mí, cuando yo debería hacerlo de ellos.

¿Puede que mi labor esté perdiendo sentido? ¿Que la fe no sea tan fuerte? ¿Que mi mundo se esté derrumbando?

No sé qué voy a hacer ahora. He empezado a contar esto de manera bastante optimista, pero esto es sólo mentirme a mí mismo. Soy viejo, y no tan hábil como antes, y estoy cansado, y hambriento. Hambriento de aventuras que correr, de corrientes que superar, de bravos océanos que surcar. Quiero hacer todas esas cosas, pero me duelen los huesos.

Todo se acaba. Llega un momento en que todo se acaba. Se va, como si nunca hubiera estado ahí. Es todo tan efímero, como las flores que florecen en la primavera y se marchitan en verano. Eso es lo que hace que la vida sea bella, los momentos buenos. Los momentos que te llenan. La libertad me llenaba, y me sigue llenando. Ahora sí que soy más libre, cuando no interactúo ni con mis presas humanas. ¿Es eso libertad? ¿O aislamiento no pretendido? ¿Marginación? Sí, soy un marginado, siempre lo he sido, lo hemos sido, desde que existimos nosotros los piratas. Huíamos de la sociedad, nos escapábamos de ella, pero ahora yo no es que me escape voluntariamente… es que no me queda otra porque la gente no cree en nosotros. Ahora es cuando los busco. Todo se ha venido abajo, qué se le va a hacer.


Arizona Dylan
domingo, 10 de mayo de 2009
El lugar caótico
El lugar era inmenso. En él se dibujaban praderas de todos los colores, bajo un cielo azul intenso y despejado. Se veían árboles grandes y verdes. Animales de todas las clases: conejos alimentándose de la hierba verde y fresca, ciervos correteando entre los árboles, colibrís posándose en las flores y una infinidad de seres vivos que habitaban allí. Sin duda, el lugar era perfecto para descansar y respirar aire puro. Era perfecto para pasearse por los prados, sintiendo la naturaleza bajo tus pies; escuchando el piar de numerosos pajaritos, el sonido del viento. Era un lugar hermoso alejado de la civilización. Sin embargo cualquiera podría vivir allí. Poseía muchos árboles frutales, así como arroyos y un manantial de agua mineral. Además, cientos de arbustos y árboles daban cobijo a las diferentes especies que allí habitaban. Es extraño que, siendo tan maravilloso, todavía nadie lo hubiera visitado. Lo cierto es que, los pocos que sabían de su existencia, no dejaban que nadie lo supiera. Si algún día llegara el caos al mundo, ese lugar debería estar a salvo, así, el ciclo de la vida podría empezar de nuevo. Sabían que si alguien descubría ese lugar, lo usaría para su provecho, puesto que no era un lugar protegido por ningún gobierno. ¿Pero que iban a hacer? El hombre es así y siempre será así, egoísta y egocéntrico, con ese ansia de poder que lo caracteriza. Lo destruye todo, y destruiría también ese lugar, es por ello que debe ser conservado. Era el único lugar no contaminado y en el que todavía existían especies que se consideraban en extinción.

Cuando el caos llegó al mundo, nadie tenía la esperanza de sobrevivir. Las calles estaban abarrotadas de gente. Gente que corría hacia ninguna parte. Gente que se quedaba en casa esperando lo peor. Gente que huía sabiendo que allá adonde fueran se encontrarían con la misma situación. Los que conocían El lugar, partieron hacia allá para refugiarse. Lo que no sabían es que alguién los vio huir hacia un sitio que, supuestamente, estaba vacío. No tenía ningún sentido y por ello les siguió. Al ver que llegaban a un lugar alejado del caos, no dudó en llamar a todos sus conocidos, y sus amigos a otros amigos. Al final aquel lugar se convirtió en la última esperanza de miles de personas. Pero cuando llegaron todo desapareció. El verde se convirtió en rojo, los animales se transformaron en bestias y las flores murireron una a una, perdiendo todo su color. El fuego comenzó a propagarse por el prado, y gracias a las flores secas, no tardó en destruirlo todo. Sólo quedó un pequeño riachuelo que lo reflejaba todo. Reflejaba el cielo rojo, el odio, la codicia y a todos los seres humanos que no tuvieron más remedio que refugiarse a su alrededor. Los que habían protegido aquel lugar hasta entonces, lo habían traicionado y aquel lugar mágico se lo había hecho pagar. Y por culpa de su avaricia, por querer poseer ese lugar, habían acabado con él. Y aunque no les quedaba tiempo para arrepentirse, habían aprendido una lección muy importante. Lástima que no tuvieran una segunda oportunidad... ¿Pero acaso hemos dado alguna oportunidad nosotros a la naturaleza?

Dos textos en uno :P Así al menos no se notará tanto que he estado cuatro días sin escribir! Mañana, después del commun de mates, escribiré más. Y a ver si cambio un poco el diseño de mi blog!! (estoy muy vago u.u)
martes, 5 de mayo de 2009
El mar
Se despertó de madrugada. Estaba amaneciendo y los primeros rayos del sol comenzaron a iluminar la habitación. Sin embargo en aquella habitación no había nada que iluminar. Todo era oscuro, las paredes, la cama, los armarios, todo. Incluso ella, en lo más profundo de su ser, era oscura. ¿Pero quién le iba a decir que esa oscuridad tal vez un día acabaría por consumirla? Se levantó, molesta por el sol, y se dirigió al baño. Una ducha no le vendría mal, pero no tenía tiempo de cuidar su higiene, tenía cosas más importantes que hacer. Se preparó el desayuno. Era un desayuno bien cargado en grasas e hidratos de carbono, difícil de digerir para cualquiera. Primero unos huevos fritos, luego bacon y para rematar una hamburguesa. Ella era de complexión delgada, muy delgada, por lo que no le sentó nada bien y acabó vomitando en el baño. Su cita debería retrasarse. No le hacía ninguna gracia, ¿pero que iba a hacer? Para pasar el rato se puso a ver la televisión. Cuando el malestar general que tenía se le hubiera pasado podría volver a prepararse. En las noticias sólo daban noticias de muertes y otras desgracias. A ella eso no le importaba, ¿qué más da si no son personas conocidas? Aún así era lo único que podía mantenerla serena. Al cabo de una hora y media, ya cansada de ver siempre lo mismo, se levantó del sillón y se preparó un nuevo desayuno, pero esta vez no tan fuerte como antes. Sin embargo no debía ser ligero, debía ser algo pesado que requiriera mucho tiempo para digerirse y que al mínimo cambio de temperatura en el estómago le produjera un corte digestivo. Ella vivía cerca del mar, de hecho a tan sólo cinco minutos andando. Hasta ese día su vida no había sido nada productiva, su relación con sus amigos se había acabado, su madre había muerto unas semanas antes y su padre no la ayudaba en nada, sólo empeoraba más y más su situación. Su ex novio resultó ser un psicópata maltratador. Aunque al principio no lo parecía, con el tiempo se volvió cada vez más agresivo y acabó por romperle la mandíbula en la última pelea. Entró en una desesperante depresión de la que pensaba no saldría nunca. Lloraba cada día, no iba nunca a trabajar y rechazaba toda ayuda que sus antiguos amigos le ofrecían. Por eso tomó esa decisión. Y por una vez el mar la iba a ayudar. Cuando terminó de desayunar puso cuatro sartenes llenas de aceite al fuego y roció su casa entera con todos los productos inflamantes que encontró. No cerró la puerta con llave y salió a la calle. Iba vestida con la bata que usaba para dormir. Afortunadamente a esas horas no había casi nadie por la calle, además como era invierno hacía mucho frío y la gente prefería ir al trabajo en coche o en cualquier transporte público que andando o en bicicleta. Anduvo cinco minutos hasta que llegó a su destino, el lugar de la cita. Se sumergió en el nuevo mundo que la esperaba con los brazos abiertos. En aquel mundo ya no había sufrimiento, ni odio, ni amor, ni tristeza, ni alegría, ni ninguna otra emoción. Mientras se adentraba cada vez más en aquel nuevo universo, empezó a recordar cosas. Un mar de recuerdos se abrió ante ella. Entonces recordó porque estaba allí. No era fuerte y pensó que no podría superarlo, pero muy en el fondo sabía que lo podía conseguir. Pero nunca había confiado en ella y sólo pudo dejarse llevar. En cuanto lo entendió todo quiso escapar de aquel mundo oscuro, pero era demasiado tarde, la oscuridad ya la había consumido. Tuvo unos espasmos, debidos al corte de digestión, y finalmente dejó nuestro mundo con lágrimas en los ojos. Sabía que allá adonde iba no sería mejor que donde había nacido, pero ya no podía hacer nada por lo que se dejó llevar a lo más profundo del mar. Al día siguiente salió en las noticias una mujer que se había ahogado en el mar. Había un testigo que la vió meterse en el mar. Dijo que su mirada estaba perdida en el horizonte y que la llamó para preguntarle que iba a hacer pero que ella ni se dio cuenta. Se descubrió que el piso que ardió esa misma mañana era el suyo. Pero eso ya daba igual, porque ella estaba muerta y todo lo que dijeran de ella no le iba a importar, como siempre. Tal vez había estado muerta desde que nació y sólo ahora se había dado cuenta de lo valiosa que es la vida, ¿pero a quién se lo iba a decir? Ya nadie la podría escuhar nunca más.
domingo, 3 de mayo de 2009
Le parc
Le soleil rentrait par la fennêtre. Ses rayons iluminaient tous les coins de la chambre. C'était une chambre blanche avec un des quatre murs vert clair, du couleur d'une poire. Elle était meublée simple et de bon goût, avec un lit et un placard tous blancs. De fait, la chambre était petite, mais avec l'absence de couleurs foncés, le blanc donnait l'impression d'amplitude, en plus, la lumière paraîssait encore plus intense de ce qu'elle l'était. Si on regardait à travers la fennêtre on découvrait un petit parc. On y voyait un étang avec des petits poissons entourés de nénuphars et d'autres plantes aquatiques. Et aux alentours de l'étang il y avait de l'herbe avec deux ou trois pins qui donnaient de l'ombre au parc. Chaque jour il y avait quelqu'un au parc. Des fois on voyait des couples, d'autres c'était un lecteur qui s'asseyait sur l'herbe et passait des heures à lire son livre. Le parc n'était jamais seul, même pas la nuit lorsque un pauvre vagabond décidait de dormir sur l'herbe ou à midi quand des gens venaient pique-niquer. Tous les matins, un balayeur venait nettoyer le parc et le soir un jardinier venait voir si l'herbe était en bon état. Mais un jour quelqu'un lui mis feux. On ne sait ni qui ni comment ni pourquoi, mais le jour d'après il n'y avait plus de parc. Je ne sais pas pourquoi mais quand je vis le parc brûlé je commençai à pleurer. A quoi allait me servir maintenant cette fennêtre? Je la fermai et je partis de la chambre, c'était la dernière fois que j'y rentrerais. Au revoir petit parc.

A día de hoy...

Día 10 de noviembre de 2010: Siguen las mini-entradas. Diego

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