miércoles, 13 de mayo de 2009
Otro yo nos está esperando allí
Un día como otro cualquiera decidí coger el coche. Sí, ese cacharro que mi madre seguía repitiéndome una y otra vez que mandara a paseo, insistiendo en que si quería ella me compraría uno nuevo, un buen auto, uno que no me dejara tirado cuando menos me lo esperara. Sólo una excusa de fácil decir para lucir poder adquisitivo con los vecinos. Siempre en estos casos se utiliza al hijo, apenas recién salido del colegio, para presumir, por su propio beneficio. Pues iba a tener un tiempo a solas con mi viejo compañero, porque cogí el atillo y di los primeros pasos hacia mi renacimiento en todos los sentidos.
Conocer esa tierra y de paso conocerme a mí mismo era algo que nunca estaba de más hacer, y para entonces no era tarde, y nunca lo sería. Con tal que, todo decidido, me puse en marcha. Tras pocos días después de mi partida, y de no hacer otra cosa que conducir, solo parando en casos de estricta necesidad, llegué a mi orgullo y al de toda California. Nunca me había gustado el nombre de las ciudades de ese tipo, que habían sido bautizadas por los pastores mejicanos en sus peregrinaciones, pero de ésa precisamente siempre me olvidaba por qué se llamaba así. A San Francisco no te queda más remedio que dejársela pasar; no puedes hacer otra cosa que amarla.
Ahora era yo quien peregrinaba. Pasando la mayor parte del tiempo en la carretera, cuando llegaba adonde quería era gratificante y satisfactorio. Además, me gustaba la idea ésa de, al retornar de dondequiera que procedieras, seguir las huellas que tú mismo dejaste tiempo atrás, cuando buscabas tu destino. Hubiera sido un delito no acercarse a San Francisco habiendo estado toda la vida en California, pero no era mi caso; yo no era de allí, para bien o para mal, incluso aunque fuera por muy poco. De todas formas, planeaba vivir allí con un amigo antes o después, pero en ese momento solo había acudido a Frisco para visitar el origen de todo lo que yo conocía y daba por "mi mundo". Y ese oasis donde aún estaría la esencia que yo buscaba, a lo mejor guardada en un antiguo baúl esperando a ser abierto de nuevo, o quizás asomando entre los escombros de lo que antaño fue la cuna de la libertad, el entusiasmo y, sobretodo, la esperanza. Yo iría allí a oler el aire y a mirar al cielo y, por descontado, para sonreír de verdad. Pero todo eso se asegura con la mejor de las compañías, y yo la iba a tener.
DYLAN

1 comentario:

Pier 39 dijo...

Cuando he terminado de leer sólo he podido sonreír. San Francisco... sólo oir el nombre y ya me imagino viviendo allí. Muy bonito Arizona :)
Te lo comentaré más detalladamente en guitarra!

A día de hoy...

Día 10 de noviembre de 2010: Siguen las mini-entradas. Diego

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