jueves, 15 de octubre de 2009
Prólogo
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Londres. Son las cuatro de la madrugada. Una sombra fugitiva se desliza por las calles frías y brillantes a la luz de las farolas. Hace una hora que la vida nocturna en aquella ciudad ha acabado y ahora no se ve un alma. La sombra se dirige a un pequeño pub, situado cerca de la estación de South Kesington. Llama a la puerta y un hombre algo enclenque le hace signo de que pase. Se asegura de que no haya ningún mirón en las cercanías y cierra la puerta. En el interior del local todo está oscuro y por seguridad nadie enciende la luz. Unos rostros iluminados por unas velas aparecen de entre las sombras, Tienes lo que te pedimos verdad, le pregunta uno de los rostros, Sí, tal y como lo acordamos, ahora dadme el dinero. Afortunadamente para él, en aquella zona la gente es honrada y siempre cumple sus tratos, Por supuesto que lo tenemos, acaso dudabas de nosotros, le pregunta otro de los rostros con tono sarcástico. Y sacando un maletín hacen el intercambio. Sin nada más que decir, la sombra se marcha por donde ha venido. Abren el paquete y comprueban que todo está en orden. Con cara de satisfacción, el tercer y último de los rostros celebra su logro con júbilo, Al fin, mis amigos, tenemos lo que llevábamos buscando durante meses, esto nos permitirá salir impunes en el juicio, exclama aún más alegremente este último rostro.

Eran ya las dos de la madrugada y sin embargo ella quería seguir bailando. Se encontraba en uno de los muchos pubs de Picadilly Circus donde ponían Rock & Roll, pero ya faltaba poco para cerrar. Por qué siempre se acaba la fiesta antes de que realmente empiece a disfrutarla, se preguntó la chica, algo decepcionada. En cuanto salió del local, un hombre robusto y tapado hasta los ojos la cogió del brazo y la metió en un coche. Ni siquiera pudo gritar auxilio, aquel hombre le había hecho respirar cloroformo de un pañuelo con el que le había cubierto la cara. Y como si se le fuera la vida en ello, arrancó el coche y salió disparado hacia Notting Hill. Ya tengo a la chica, ahora qué, preguntó el hombre robusto mientras hablaba por teléfono, Tú traemela aquí, del resto ya me encargo yo, se escuchó al otro lado del auricular. Y así se pararon delante de una de las múltiples casas victorianas que poblaban aquel barrio. La sacó del coche a rastras y teniendo mucho cuidado de que nadie le viera la bajó al sótano lo más rápido que pudo. Al despertar no pudo creer lo que veía, se encontraba en su casa.

1 comentario:

Lola Gea dijo...

Ha sido un sueño? mmmm... huelo a historia de mafias...


''Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recodar la tarde en que su padre le llevó a conocer el hielo...''

Gabriel García Márquez, Cien años de Soledad

A día de hoy...

Día 10 de noviembre de 2010: Siguen las mini-entradas. Diego

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