domingo, 12 de julio de 2009
El gato
Ahí estaba el, con su rostro pálido y toques oscuros. Miraba hacia el horizonte, la mirada perdida, sin pestañear. Parecía que, si cruzabas delante de el, pudiera ver a través. Con cierta gracia giro la cabeza y casi sin esfuerzo, consiguió rotarla ciento ochenta grados y sacar la lengua para limpiar su parte mas inaccesible: los omoplatos. Nadie podía molestarle mientras hacia su tarea. En aquel momento, el mundo a su alrededor se había parado, y solo existía el. Ni siquiera aquella mosca que minutos antes había estado a punto de cazar podía desconcentrarle ahora. Con un suspiro dejo lo que estaba haciendo y empezó a limpiarse las manos. Aquellas manos eran todo para el, sin ellas no podría hacer nada y por ello les dedicaba mucho tiempo al día, para que estuvieran limpias y bonitas, listas para ser usadas. Procedió entonces con el resto de su cuerpo. Trago una gran cantidad de pelo, pero aquello tenia fácil solución: su estomago era capaz de soportar casi cualquier cosa que se llevara a la boca. Eso lo convertía en alguien inconsciente, inconsciente de los peligros ligados a su alimentaron, puesto que casi nunca se paraba a pensar lo que comía. Esto luego le traía varios problemas, pero que parecían no inmutarle. Tal vez vomitara pelo al día siguiente, pero eso a la hora se le iba a olvidar. Su memoria no era capaz de almacenar tanta información, solo recordaba lo que oía y veía cada día. Su nombre, por ejemplo, era algo que había asumido desde que se lo pusieron, y no dudaba en acudir cuando le llamaban, tal vez por obediencia o puede que solo para ver si le iban a dar comida. Era un ser avaricioso, pero no porque quisiera sino por naturaleza. Todo lo quería para el, robaba el sofá a su dueño, se comía la comida de los demás... siempre conga lo que quería. Además no era agradecido. De hecho, si hacia algo bien, había que darle una recompensa para que no se enfadara y por supuesto luego no se podía esperar un muestra de agradecimiento. Pero es que el era así, y así iba a quedarse toda su vida. Si le acariciabas ronroneaba, era su manera de decir que le gustaba, en cambio si le tocabas mientras dormía o cuando no tocaba, movía la cola de una manera un tanto extraña, signo de que estaba inquieto o incluso enfadado. Aunque no se enfadaba con facilidad, y eso era bueno, así, cuando venían invitados, se podía estar seguro de que no iba a dar problemas, todo lo contrario. Si era gente nueva la que entraba en casa los ola primero, el tiempo que hiciera falta, como si estuviera oliendo sus pensamientos, sus emociones, si veía que era una persona de fiar se dejaba tocar pero si no... ya podía olvidarse de el. No valían ni elogios dichos con tono agudo ni intentos de atraerle con comida, el siempre huía. Además de codicioso era cobarde, pero en el fondo era muy bueno y todos lo sabían, por eso era tan querido en aquella casa, y tan mimado. Muchos como el, que tenían la mala suerte de vivir en la calle, desearían estar en su lugar, pero el eso no lo entendía. Su capacidad cerebral empezaba y acababa en el y en sus intereses. Era pues un ignorante. No tenia que trabajar ni preocuparse por su comida, ni siquiera por el momento de su muerte. A veces me gustaría ser el, solo para olvidarme de mis obligaciones y de lo dura y cabrona que puede llegar a ser la vida.
Diego

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