lunes, 10 de agosto de 2009
El detalle - segunda parte
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El sonido de unos tacones reverberaba por el callejón. Su andar era firme y decidido, con cada pisada marcaba un tempo preciso. No se detuvo por nada, ni por el viejo señor que le pidió limosna ni por la asquerosa aparición de aquellas ratas, hasta que encontró la puerta, aquella vieja puerta de hierro oxidado enmarcada en un edificio antiguo y muy deteriorado. Antes siquiera de poder llamar, salió del edificio un hombre robusto y enmascarado que la cogió por el brazo y tras asegurarse de que nadie la hubiera seguido, entraron en el edificio. De aquel lugar emanaba un desagradable olor a putrefacción y a tabaco. El hombre la guió por un oscuro pasillo que desembocaba en una amplia sala. La mujer frunció el ceño. Su expresión no mejoró al escuchar un quejido proveniente de un rincón. Al llegar a la habitación observó con cierta curiosidad como una panda de brutos pasaba el rato alrededor de una vieja mesa rota y carcomida. Estos se giraron y la miraron de arriba a abajo, como si nunca hubieran visto una mujer. Le ofrecieron un asiento pero ella se negó, tenía prisa.
―Mademoiselle por favor, insisto, tome asiento, le dijo uno de los hombres mientras la miraba con expectación. Eso a ella no le gustaba, además, aquel hombre parecía tener un ojo de cristal.
―Merci monsieur, mais je n'ai pas de temps à perdre, mi padre llegará de un momento a otro y no quiero que se dé cuenta que he venido aquí, dijo la mujer mientras ponía un maletín encima de la mesa. Iré al grano, mañana por la mañana un carguero llegará a Normandía, vendrá cargado de heroína, diciendo esto aprovechó para observar la reacción de aquellos hombres, le sorprendió que aquello no les inmutará, tal vez fuera cierto que habían nacido para eso. Quiero que vayáis allí y la robéis. Por supuesto, os llevaréis una gran parte de lo que gane vendiéndola, además os pagaré un adelanto si aceptáis.
El que parecía el jefe del grupo se levantó de la silla. Se acercó a ella y le acarició la cara. Ella no tuvo más remedio que contener su expresión de asco.
―¿Cómo una mujer tan hermosa puede arriesgarse tanto? No me fío de usted, señorita Harry, los ingleses sois todos unos farsantes.
Se alejó de ella y se volvió a sentar.
―Claro que, su padre, siempre nos ha pagado bien.
―Pues yo os voy a pagar el doble. Mi padre ya es mayor y ha perdido facultades, ya no vende como vendía antes. Ahora yo tengo la oportunidad de demostrarle que puedo relanzar nuestro comercio y por eso os pido ayuda, porque sois los mejores. De hecho, si todo sale bien, me gustaría que empezarais a trabajar conmigo.
Aquellos animales se dejaban engatusar por el dinero, era fácil tratar con ellos. Pidieron a Anne que se marchara a la sala contigua para que pudieran debatir sobre la propuesta que les había hecho. La habitación a la que la habían enviado era aún más asquerosa que las anteriores. Habían cucarachas, cadáveres de ratas, nidos de araña y algún que otro excremento animal. Anne no pudo contenerse las náuseas y rezó para que aquel grupo de traficantes se decidiera pronto. Al cabo de un rato, un hombre entró en la sala en la que se encontraba Anne y asintiendo con la cabeza le dijo que aceptaban el trato. Anne les dio los billetes de tren que salían de Paris a primera hora.
―Aquí tenéis los billetes, en cuanto tengáis la mercancía enviadme un mensaje. Tomad este móvil, está marcado el número del teléfono que yo usaré para entrar en contacto con vosotros, si hay algún problema llamad a ese número e intentaré solucionarlo. A la vuelta os esperaré aquí a eso de las siete de la tarde. Buena suerte.
―L'argent madame, dijo el jefe con cara de pocos amigos.
―Sí, lo olvidaba, aquí tenéis cincuenta mil euros y vuestra comisión será del veinte por ciento, ¿está todo bien?
―Parfait. Todo irá bien, no se preocupe señorita, déjelo en nuestras manos.
―Confío en vosotros, y ahora si me disculpáis debo volver a casa.
Dejó el dinero en la mesa, cogió su bolso y salió corriendo de allí. En cuanto pisó la calle una explosión la tiró al suelo. El edificio entero se derrumbó. Se levantó como pudo y abandonó aquel lugar de mala muerte lo más rápido que se lo permitían sus zapatos. Estaba segura de que nadie le daría importancia a aquello, puesto que se encontraba en el gueto de París y las víctimas eran unos desgraciados que, seguramente, no estarían presentes en el registro civil.

(Aquí está la esperadísima segunda parte de esta historia -también deseaba escribir eso :P- siento el retraso, pero a veces las ideas no fluyen jaja espero que os guste ^^)

Diego

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