martes, 28 de abril de 2009
Adiós
La noche era fría. No se veía ni una sola estrella debido a la contaminación lumínica. La luna estaba menguando, y en uno o dos días ya sería nueva. El viento mecía las ramas de los árboles y su sonido estremecía hasta la mente más serena. Se oía a lo lejos algún que otro claxon desafinado y el cantar irritante de los grillos. La noche era oscura. No se veía nada. De pronto se escucharon unos pasos. Era un hombre. Su andar era precipitado pero a la vez tímido e indeciso. Se paró varias veces antes de llegar a su destino, tal vez para pensar en lo que iba a hacer o sólo para retrasar lo inevitable. Ella no se giró. Seguía sentada en la acera de esa callejuela que ya ningún coche atravesaba, mirando al horizonte, debajo de una luz parpadeante. Él se acercó, pero enmudeció en cuanto vio la cara húmeda de ella. No quería verla así pero no podía ofrecerle afecto. No quería que se acordara de él, tenía que olvidarle, era lo mejor para los dos. La luz terminó por apagarse. Ella se levantó. Lo miró. En su rostro ya no habían lágrimas, pero la tristeza y la rabia seguían presentes. Sacó algo del bolso que él no pudo ver, pero cuando se lo acercó su corazón le dio un vuelco. Un disparo atravesó su cuerpo. Pero ella ni se inmutó. Lo dejó ahí tirado, sangrando y jadeando, intentando pronunciar un "por qué" que ni siquiera llegó a salir de su boca. Fue al coche a coger gasolina y un mechero. Lo roció y prendió fuego al que una vez había sido su amor y que ahora no serían más que cenizas. Se marchó de allí, sin remordimiento alguno, con la conciencia tranquila. Y así, empezó a amanecer y el fuego abrasador del sol comenzó a iluminar el horizonte. Poco a poco los campos de naranjos empezaron a florecer. Se escuchó el piar de numerosos pájaros que daban la bienvenida al astro que empezaba a despertarse y que a su paso daba vida a todo lo que por la noche la había perdido. Pero había algo que no podía volver. Lo que aquella luna menguante se había llevado era más que un alma, más que un efímero sentimiento de amor. Se había llevado consigo la traición. Sólo se pudo oír un triste adiós que enseguida se mezcló con la suave brisa y el rocío que caía sobre los árboles. Era la última palabra de una triste historia que nunca sabremos como fue.

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