sábado, 30 de enero de 2010
You can find it anywhere part 1/2
Contratado, le dijo con una sonrisa forzada. No pudo contener su alegría y abrazó efusivamente a aquella mujer desconocida que le acababa de entrevistar. En realidad tenía muy claro que le iban a admitir, su currículum vitae daba prueba de ello. Un expediente académico impecable y unas notas rozando la matrícula de honor en sus estudios. Además poseía numerosos títulos de idiomas y varios certificados de cursillos formativos que había realizado durante sus años de universitario. Marc no podía quejarse, todo por lo que siempre había luchado, su sueño, acababa de cumplirse, y no por cualquier cosa: lo tenía bien merecido. Así pues, desde ese momento, pasó a formar parte de la empresa que le había contratado, una empresa de gran renombre en Estados Unidos, donde los mejores bioquímicos del mundo hacían sus investigaciones. Y él acababa de unirse a ese privilegiado grupo, todo gracias a su increíble experiencia y la urgente necesidad que tenía la empresa de contratar a alguien joven recién formado. Me espera una nueva vida, pensó. Nueva sin duda, ¿pero era eso lo que verdaderamente iba a llenarle?

Los días pasaron rápidamente. Marc se acostumbró en seguida al ritmo de trabajo que llevaban allí. Pasaba horas delante de un monitor, haciendo enormes cálculos, y de vez en cuando bajaba al laboratorio para ayudar a los veteranos en sus experimentos. Dada su gran capacidad de aprendizaje y sus excelentes aptitudes, Marc no tardó en hacerse un sitio en aquel lugar. Acabó siendo reconocido como el mejor joven bioquímico que había conocido el centro. Aunque una vez llegó a ese estado de auténtica plenitud, comenzó a aborrecer lo que hacía. Habían pasado ya casi diez años. Marc ya era todo un adulto, aunque inconsciente de lo que le rodeaba. Había estado tan inmerso en su trabajo que había olvidado por completo lo que una vez tanto le había importado. La amistad, el amor, la familia... todo había acabado en el más profundo y oscuro recoveco de su memoria. La pasión con la que realizaba su trabajo no tenía parangón, y ello le había obsesionado con superarse una y otra vez, queriendo ser siempre el número uno en su oficio. A veces sólo se movía por simple competencia, dejando de lado el verdadero motivo por el que trabajaba y centrándose en adelantar a cualquiera que intentara ponérsele delante. Esto, sin embargo, no le aportaba ningún beneficio, todo lo contrario, lo volvía cada vez más egoísta y exigente, consigo mismo y con los demás. Fue convirtiéndose en alguien arisco, desconfiado, solitario, en alguien despreciable y casi odiado por todos sus compañeros. Tal era su desprecio hacia los demás que rechazaba cualquier ayuda bien intencionada que se le ofreciera, incluso si ésta podría hacer avanzar las cosas mucho más rápido.

Llegó a los cuarenta cansado, cansado de la rutina y de él mismo. De pronto un día se había dado cuenta que su vida ya no tenía ningún tipo de sentido. Si una vez había sido el empleado estrella, ahora no era más que un simple trabajador, preocupado por su sueldo y de la hipoteca de su casa. Nuevas jóvenes promesas habían aparecido en la empresa para sustituirle y él había dejado de ser el centro de atención. Si bien era cierto que seguía desempeñando una importante función, ésta había pasado a ser algo cotidiano, sin importancia. Cada día que pasaba llegaba más tarde a su trabajo, cometía errores estúpidos con mayor frecuencia y se mostraba indiferente ante las buenas o malas nuevas. Ya todo le daba completamente igual. Y como predijo días antes, sus jefes acabaron por constatar las anomalías en su trabajo. Así que, y como era de esperar, lo despidieron, lamentándose de que las cosas tuvieran que acabar de aquella manera. Aún así le escribieron una carta de recomendación, por si decidía seguir ejerciendo de bioquímico en otra empresa de menos prestigio. Aunque él ya sabía que no iba a volver a dedicarse a aquello nunca más.

Una mañana de otoño, Marc paseaba por las calles de Manhattan. Hacía un año que se había mudado de Washington a Nueva York. Había dejado su casa de las afueras de la ciudad, y la había sustituido por un piso en pleno centro. Con el dinero que había ahorrado y lo que ganó al vender su antiguo hogar podía vivir de una manera modesta durante muchos años. Aunque no le faltaba de nada, empezó a sentir nuevas necesidades que antes no había tenido tiempo de experimentar. Ahora que estaba solo sentía la necesidad de buscar compañía, aunque para su sorpresa ya no le quedaban amigos en el mundo, había perdido el contacto con todos. Y no hablemos de relaciones sentimentales, desde la universidad que no había tenido una, ni siquiera un mero roce con una mujer en más de quince años. Su increíble serenidad no pudo paliar su frustración, y por un momento se vio hundido, vio como tu su vida se derrumbaba ante sus ojos y él no podía hacer nada para evitarlo.

Volviendo a su casa observó a una niña llorando, sentada en un banco, en un parque. No sabía porque, pero sintió la obligación de ayudarla. Se acercó a ella, pero ésta ni se inmutó y continuó llorando. Era una niña de unos siete años de edad, pelirroja, de ojos verdes y piel muy blanca. De facciones redondeadas y pequeñas, delgada y de poca estatura para su supuesta edad. Se preguntó si tal vez se había perdido, o si, por muy rebuscado que pareciera, sus padres la habían abandonado. Se sentó a su lado y con un movimiento un tanto forzado pero lo más suave posible reposó su mano sobre su hombro. Intentó que su presencia no alterase más a la niña, puesto que podrían tomarle por un pederasta, así que, muy despacito, le preguntó que le pasaba, el porque de su llanto. Sin embargo ella no respondió, sólo se le quedó mirando, con una expresión entre sorpresa y curiosidad. De repente apareció una mujer corriendo. Estaba pálida, y sus ojos rojos daban la prueba de que había estado llorando. Era una mujer muy atractiva, pelirroja también y de facciones muy delicadas. Parecía una mujer frágil a simple vista. Era bastante alta y delgada, y por su manera de vestir se podría decir que ganaba mucho dinero: un bolso de Prada, y unas Ray-Ban Clubmaster complementaban su conjunto de Channel, junto a unos zapatos de tacón, probablemente de Manolo Blahnik. En cuanto recuperó su aliento cogió la mano de la niña y se marchó rápidamente. A Marc le picaba la curiosidad así que fue detrás de ella. En cuanto la alcanzó no pudo articular palabra. La había seguido, se había dejado llevar pos sus impulsos pero ni siquiera sabía que decirle. Se disculpó ante aquella chica, un tanto sonrojado. Ella se dio cuenta de que no era una mala persona y le pidió que se tranquilizara. Le dió las gracias por haber cuidado de su hija y se fue. Sin embargo él no estaba satisfecho, y gritando le preguntó su nombre. Ella contestó con una sonrisa: Laura, y a su vez le preguntó por el suyo. Una vez hechas las presentaciones cada uno se fue por su lado.

Marc empezó a sentir como algo despertaba en su pecho. ¿Era acaso amor? No, todavía era pronto para saberlo. Lo único que sabía es que quería volver a verla, aunque sólo fuera un minuto. No tenía muchas esperanzas de encontrársela otra vez, Manhattan es muy grande, pero aún confiaba en que esa posibilidad podría darse. Así que en ese mismo momento, Marc encontró una nueva meta en su vida. Sus ambiciones habían cambiado, pasando de el mero éxito en el trabajo a algo totalmente opuesto: el amor. Y si ya había perdido mucho tiempo durante su existencia, no iba a permitir que se le escapara la oportunidad de recuperarlo.

1 comentario:

オテモヤン dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

A día de hoy...

Día 10 de noviembre de 2010: Siguen las mini-entradas. Diego

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