miércoles, 27 de enero de 2010
La Luciérnaga
Las luces recorrían alegres el sendero que daba al río. Su marcha rápida se veía a veces frustrada por silenciosas ráfagas de viento nocturno, que agitaban las copas de los árboles, meciendo sus hojas, y produciendo ese ruido inconfundible que tan agradable es para el oído humano. Los habitantes del pueblo cercano al río dormían plácidamente escuchando aquella sinfonía de sonidos noctámbulos. Pero uno de ellos se hallaba en vela. Recordaba con frialdad como aquella doncella de ojos azules y cabellos platinos se había marchado de sus brazos una vez... y no había vuelto jamás. Aquel día de su cuerpo habían emanado luces de colores, cálidas imágenes se habían superpuesto a su alrededor y un halo de destellos centelleantes había iluminado su bello rostro. Aquel mismo día, los nenúfares del río habían abierto sus flores, dejando escapar su aroma y pequeñas partículas de polen se habían reflejado en el aire, creando un aura de luz fantasmagórica. Con un suave susurro y un ágil movimiento de piernas ella se alejaba, dejando tras de si un trazo de luz blanca, como si de la luna se tratara. Nunca más volvió. Pequeñas lágrimas cargadas de nostalgia ahora rodaban por sus mejillas, mientras observaba el cielo oscuro, nublado y sin estrellas, donde se podía vislumbrar la luna menguando. Con un suspiro salió de su casa. El crujir de sus pisadas se convirtió en el nuevo sonido de fondo. Numerosos animales que ahora descansaban a la vera de algún árbol comenzaron a sentirse amenazados y partieron de allí buscando un lugar tranquilo y apartado. Llegó a la orilla del río. Allí, una nube de luciérnagas alumbraba el lugar. El agua fluía sin mucho alboroto, reflejando a aquellos insectos, y el rostro inexpresivo de aquel hombre, indiferente ante el espectáculo que se estaba representando en el riachuelo. De pronto, un haz de luz fugaz le cegó. Una silueta de mujer parecía estar acercándosele. Le abrazó y le besó con sus finos labios. Cuando quiso abrir los ojos ella ya había desaparecido. Ante él no habían más que luciérnagas, girando a su alrededor con sutileza, revoloteando con prisa y formando figuras coloridas en el aire. Una vez más su doncella le había abandonado... ¿O tal vez no había sido más que una ilusión?

Diego

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Día 10 de noviembre de 2010: Siguen las mini-entradas. Diego

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